lunes, septiembre 12, 2005

La Bestia y la Ciudad

El constante sonido a vidrio roto que proviene del frente llama mi atención cada tanto. Veo al cerebro, está justo arriba. Espejos filosos, incrustados como joyas en el cuero que reviste el cráneo por dentro, controlan a todo el resto. Símbolos extraños, sellos y colgantes brillantes penden de la concavidad. Impulsos nerviosos se transmiten; el reflejo de la noche en la ciudad. Le muestran la realidad, le dicen a dónde dirigirse, le dan ideas. Le muestran su realidad.

Yo me encuentro cerca, un par de asientos más atrás: encorvado, con la cabeza en alto, apoyado en la ventana derecha; mi cuerpo paralizado en la penumbra. El bao denso que me envuelve da una sensación de protección, como si me encontrara en un capullo, gestándome. Mis manos se aferran con fuerza al fierro cálido del asiento cuando viramos bruscamente en la oscuridad. Olvido quitarlas, hasta que comienza a transpirar; la textura áspera se vuelve insportable, y me suelto. Mi cara permanece quieta mientras las sombras la abofetean sin piedad, pero mis ojos se mueven furtivamente. Todo se ve tan confuso aquí dentro. Todo está oculto a la mirada, pero expuesto al resto de los sentidos. Todo resuena. El corazón de la bestia late bajo mis pies. Puedo sentirlo con claridad: vibra cuando todo se detiene, ruge cuando se pone en marcha nuevamente. La luz penetra cada tanto por los huecos transparentes de los lados, y me muestra fragmentos de la realidad en la que me encuentro inmerso. Veo parte del esqueleto de metal que sostiene todo este cuerpo tan enigmático, y me asombro por su increible perfección. Noto varios tubos huecos que sobresalen ocacionalmente de la cubierta y bloquean la cavidad que esta conforma. Las luces se extinguen una vez más. Mis ojos descansan, y mis demás sentidos se despiertan. Siento el cuero de los asientos palpitar con suavidad cuando mi mano se acerca. Varios sonidos extraños viajan alrededor: lamentos apagados pasan de largo mi cuerpo, y desaparecen en el fondo. Algo cruje allá adelante. Algo araña allá atrás. Otro haz de luz ilumina un poco el lugar, y mis ojos se abren nuevamente, ansiosos por descubrir.

Las sombras se mueven con velocidad debajo mío. Algunas intrépidas me muerden los pies; otras más voraces trepan por mis rodillas, engullen mi cuerpo y lo escupen. Mi cara ahora se oscurece, pero mis ojos brillan más que nunca. Observan. Hay un hombre allá adelante, tan parecido a mí como mi propio reflejo; él sabe algo que yo nunca sabré, y yo sé algo que él nunca sabrá. Mis ojos giran: hay una mujer sentada atrás, parece preocupada: tiene una larga historia que contar, pero nunca lo hará, pues su destino se acerca. Se levanta trabajosamente, camina insegura por el pasillo enrejado, y desparece en la oscuridad del fondo. Vuelvo mi mirada. Otra muchacha al costado, su cara pegada en el vidrio empañado, perdida en pensamientos ocultos, demasiado ocultos como para adivinarlos sólo con la vista. Mis ojos siguen de largo. A la derecha, varios cuerpos tambaleantes cuelgan de las vértebras de la bestia. Sólo sus ojos son visibles, inexpresivos. Sus movimientos no les pertenecen, son meros reflejos, respuestas a una voluntad mayor. Uno a uno van desapareciendo en el fondo, a medida que este avanza. Los asientos se hunden allá atrás, los caños se doblan. La gravedad que rige esa zona es mucho más fuerte que la del resto del interior. Mis ojos continúan su recorrido: ahora suben. Vapores extraños flotan por encima. Ruidos sordos retumban en los extremos, como si algo tratara de perforar la dura membrana del techo, y escapar. Cables sueltos se mecen con suavidad, cada movimiento seguido por sus gigantezcas proyecciones. Y en un instante, todo aquello es sepultado por la oscuridad una vez más, como un secreto que no debe ser descubierto nunca.

Miro ahora a través de las ventanas sucias, y veo la jungla. Luces rojas, azules y verdes tiñen el suelo áspero de las calles. Carteles de neon erectos alrededor, chapas abolladas convulsionándose en el cemento, bolsas rasgadas volando por los cielos, lianas de metal oxidado colgando desde las alturas; todo en perfecta armonía: la flora de este extraño ecosistema. Los pequeños charcos en el pavimento reflejan todo aquello, y estallan cuando la bestia los aplasta al pasar. Salpican parte de la ciudad en su piel de metal. Yo observo desde arriba. Avanzamos velozmente por el centro de una calle solitaria, la niebla nos acompaña. Los vidrios comienzan a mojarse con el frío rocío de la madrugada. Cada pequeña gota que se posa permanece hasta el final. El limpiaparabrisas emborrona, y todo se distorciona allá afuera: las luces se alargan, pasan con menor velocidad, se fusionan con el suelo empapado. Las formas se desdibujan, cobran otro sentido. Los postes se aferran con sus interminables raices al cielo nocturno, como si de allí drenaran la energía que los mantiene iluminada las calles. Pequeñas gotas danzan sobre ellos, haciendo equilibrio en una cuerda floja, mientras la bestia pasa fugazmente por debajo. El eco de las sirenas se apaga en la distancia.

Algo llama mi atención nuevamente. El pavimento despide un ruido rasposo. Pasos débiles y voces confusas se escuchan en los alrededores. Veo varias filas de almas errantes, deambulando en las aceras. La bestia se detiene amenazante, y abre sus fauces con un fuerte crujido. El tintineo metálico otra vez se hace presente, y ellos pierden todo su ser, se convierten en uno más de nosotros, los anónimos. La bestia resopla, y se dispone a avanzar nuevamente en busca de alimento. Una pared de vapor se levanta en frente, pero esto no la detiene: la atraviesa como una bala de cañón. El piso tiembla ante sus pasos, y los postes se doblan, como empujados por una onda expansiva. Temible criatura esta en la que me encuentro, pienso.

Vuelvo mi ahora intranquila mirada hacia el interior otra vez. El asiento de al lado está vacío, pero no por mucho: una muchacha lo ocupa. La cara está tapada por su propia sombra, como si buscara protejerse a sí misma con ella. No me mira, no mira: sus ojos no ven hacia afuera. Sólo espera, piensa, y se levanta. El fondo se la traga, y desaparece. Yo sigo sentado, también esperando. Otra persona la reemplaza, y luego otra, y otra. Ya no recuerdo cuantos fueron, si mil o uno. Realmente no podría decirlo: nadie es diferente al resto en este lugar. Anónimos, eso es todo. Pasajeros anónimos en un viaje incierto.

Algo me inquieta. Un sentimiento crece a ritmo acelerado en mi corazón. La soledad, claro que sí. No es de extrañarse, pues aquí estoy realmente sólo. Todos los pasajeros lo estamos. Cada cual se enfrenta consigo mismo, cada cual se vé a sí mismo, y a nadie más. Habla, piensa y mira, pero sólo para sí mismo. Nadie expresa, sólo siente. Avanzamos hacia adelante todos juntos, pero eso es sólo una excusa: estamos en un viaje mucho más importante; vamos, por separado, hacia adentro. Cada vez más adentro, más profundo. A veces le temo a lo que pueda encontrar allí, y es por ello que me distraigo mirando hacia afuera. ¿Me distraigo? No. en realidad sólo trato de escapar. Pero la verdad es que no hay un exterior, todo eso también forma parte de este contenedor tan rígido e inviolable. La ciudad es sólo una extensión de la bestia sedienta que la recorre por las noches. La bestia, voraz e insaciable, es su agente. No hay un verdadero escape, estoy sólo allí también, soy un anónimo en ambos lados. Miles de personas transitan por las calles, miles de personas que jamás me conocerán, que jamás conoceré. Miles de ideas, miles de pensamientos, miles de sueños que desaparecerán en la nada. Nadie comparte nada en las frías calles nocturnas. No existe nadie más para uno, ni existe uno para el resto. La verdad es que le temo a la ciudad, pues sólo ella puede causar la muerte real al desprevenido, sólo ella puede matar al alma y enterrar los sueños.

La bestia gira con torpeza y continúa avanzando sobre el pavimento gris. El cielo está arriba, ahora brillando de una forma impresionante. La luna, como un ojo incansable, nos observa. Mi cara, desdibujada por la acción del grueso vidrio, es insignificante. Me siento más tenso que nunca. Observo a mi alrededor, y noto con pavor que todo empieza a resonar con más fuerza. Todo se contrae, todo trata de atraparme, de aplastarme. Adelante, el crujido, el tintineo incesable. Abajo, el piso palpita. El caldo flotante comienza a bullir. Mis ojos buscan una salida, pero no existe tal cosa. Aún cuando salga del estómago de la bestia, aún cuando descienda y pise la calle nuevamente, no voy a lograr escapar. Allá afuera todo es igual. Peor aún, allá afuera todo está oculto. Aquí veo la verdad, no hay forma de negarla o ignorarla, está escrita por todos lados. Sólo un tonto haría tal cosa. Esta es la verdad, y no otra. Soledad pura, claro que sí.

El viaje continua, y yo ya me acerco a mi destino. Me cuesta levantarme, pero sé que debo hacerlo. Tambaleandome, me dirijo hacia el fondo. Muchos caños cruzados se interponen en mi camino. Me aferro a la mayoría con mis manos y los atravieso trabajosamente, como si estuviera trepando entre las ramas nudosas de un viejo árbol. El movimiento constante del entorno me empuja hacia los costados, casi voltéandome. Todo se agita con fuerza en el techo. Miro hacia atrás por una última vez: hay un hombre allí sentado, mirando por la ventana. Luego mira el techo, alrededor, y ahora a mí. Las sombras lo recorren, su cuerpo permanece estático a pesar del constante movimiento; su mirada, fija. Yo lo observo por un instante, y luego desaparezco, cabizbajo, en la oscuridad del fondo.
Marcelo A. Orsi Blanco
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Un cuento que recopila varias ideas que se me ocurrieron el viernes, cuando venía de filosofía en colectivo a las dos de la mañana, por el centro. Llovía y todo eso. Muchas cosas más me habían venido a la cabeza en el momento, pero cuando llegué acá las olvidé por completo. Una pena, creo que voy a llevar un pequeño bloc siempre conmigo para evitar este tipo de pérdidas: no es la primera vez que me pasa.

También hice una pequeña imagen para complementar el relato, en grande se ve mejor.

Bueno, para el que se tomó el trabajo de leerlo: espero que te haya gustado, y gracias por tu tiempo! Si hay críticas u opiniones, comenten! Es la primera versión, seguramente lo amplíe el viernes que viene, y la corrija cada tanto. Saludos!

7 comentarios:

VorteX dijo...

Siempre llevá un bloc, sirve mucho, lo aprendí de mi tio y lo llevo simpre. Ya casi termino el 1º.

Me pareció muy bueno, mas allá de que dice "sombra", "obscuridad" y sinonimos 197 veces jaja =)

"Sr Garrison, su libro dice pene cada 5 palabras"...

Facundo

Altar dijo...

Ya lo he dicho en el foro y lo repito:
MUY BUENO!
La imagen también, tiene una onda re Silent
Saludos y mucha suerte!

Anónimo dijo...

Naaaah mas alla de las repeticiones, cada vez escribis mejor. Ademas, las ideas son muy buenas. Me gusto mucho la imagen tambien.

Anónimo dijo...

bah.. muy largo, ampliare este comentario si algun dia lo leo..

en fin, me voy a poner d enick que te postie

rlz

VorteX dijo...

Hace rato que no posteas nada, dale!

Facundo

munshkr dijo...

Excelente! Lo había leido hace un tiempo pero me olvidé de dejar un comentario. La fotografía encaja perfecto con las descripciones, me encanta! Saludos!

Anónimo dijo...

mai ticher de la música..
y mi amigo lector, corregidor y devoludor (mmm esa palabra, jaja).
bueno, como ya te dije..
es totalmente atrapante y original. Me encantó.. y recien antes de postear vi la fotito del colectivo.. q boluda!
^.^



weno amigo..
nos seguimos "leyendo"
gracias por la wena onda!
besos!
:)